Todos hemos visto alguna vez a nuestros padres o abuelos sacar un montón de pastillas a la hora del desayuno o de la comida y colocarlas en fila sobre la mesa. Cada una de un color y para una dolencia en concreto, aunque es más que probable que alguna de ellas no sea necesaria, lo que conllevará unos efectos adversos a los que suelen restar importancia.
Según la tesis del doctor Harry Haroutunian, alrededor del 17% de las personas mayores de 60 años rondan el mal uso o la adicción, algo difícil de identificar por la similitud entre ciertos signos del envejecimiento con los posibles efectos secundarios de los medicamentos.
Esto no significa que deban dejar de tomar pastillas, aunque sí de automedicarse.
El peligro de la medicación en los mayores reside también en que muchos especialistas no tienen en cuenta qué otros medicamentos están tomando sus pacientes, por lo que pueden acumularse, haciéndolo también sus efectos nocivos.
Debería preguntarse al médico de cabecera acerca de los efectos secundarios o incompatibilidades, sobre todo en aquéllos que se dispensan sin receta, como el paracetamol, ibuprofeno o medicinas contra diarreas, resfriado…, que pueden causar pérdidas de memoria, boca seca o confusión.
También hay una razón económica, y es que resulta más económico recetar un medicamento que un tratamiento de fisioterapia o rehabilitación, que de seguro resultaría mucho más efectivo.
Muchas de esas pastillas están vinculadas con la salud mental de los ancianos, que son los que más sedantes, ansiolíticos y antidepresivos consumen.
Aún así, los usuarios no relacionan los efectos adversos causados por esos fármacos.
Rincón del familiar
